Casa «Batanero» El Puente

Museo Ángel Orensanz
y Artes de Serrablo

Pasado, presente y futuro

El interés de la Asociación por salvaguardar el patrimonio y poner en valor tanto la cultura popular como el arte en toda su extensión, le llevó a rescatar enseres y documentos que se estaban perdiendo en las aldeas abandonadas. En 1978 se restauró una casa serrablesa con el objetivo de salvaguardar todo ese material creando para ello un museo etnográfico, el Museo Ángel Orensanz y Artes de Serrablo. Una extraordinaria representación de la forma de vida de los habitantes de Serrablo.

Si alguna vez te has preguntado cómo vivían nuestros antepasados en el Pirineo, este museo te lleva en un viaje en el tiempo a esa sociedad tan distinta a la actual. Multitud de pueblos comenzaron su agonía al llegar la industrialización y poco a poco se fueron abandonando.

La Asociación se dio cuenta del enorme valor cultural que se iba a perder y decidió ir recopilando enseres y muestras de la forma de vida que se dejaba atrás.

En 1979 se inaugura el museo que intentaría inmortalizar una imagen de esa sociedad a través los enseres de la vida cotidiana.

El museo se encuentra en el Puente de Sabiñánigo y está formado por dos casas con tres plantas cada una unidas por un voladizo. La primera casa Batanero data del siglo XIX y es una muestra de la arquitectura típica de la zona; la segunda fue una ampliación en el año 1998.

Todas las piezas que el visitante contempla guardan una historia forjada por los esfuerzos y vicisitudes de los hombres y mujeres de Serrablo por salir adelante en un medio duro y hostil.

En 1978 se firma un acuerdo entre el escultor Ángel Orensanz que compró la casa en ruinas, “Amigos de Serrablo” que la restauró y musealizó, y el Ayuntamiento de Sabiñánigo que la aceptaba como suya comprometiéndose a su mantenimiento y funcionamiento.

Nada más traspasar la portalada nos encontramos con el antiguo corral en el que se han acomodado la vieja herrería del pueblo de Lasaosa, las piezas propias de la colada de la ropa, así como una prensa de vino procedente de Casa Bergua de Sardas (la vid existió en estas tierras hasta la llegada de la filoxera a finales del siglo XIX) y todas las piezas relacionadas con la producción y extracción de la miel, actividad esta última propia de la mitad meridional de la comarca.

Una vez en el interior de la casa, la primera estancia que nos encontramos es la masadería con su horno abovedado. La elaboración del pan conllevaba todo un proceso acompañado de un gran significado ritual, y es que el grano antes de ser convertido en pan había costado muchos sudores desde la siembra, la recogida y molienda hasta llegar al horno. Junto a las piezas propias para manejar la masa y trabajar en el horno, destaca el torno para clasificar la harina.

En un extremo de esta sala se exponen las pesas y medidas tradicionales que hasta no hace mucho aguantaron la imposición del sistema métrico decimal.

La sala contigua nos muestra todo lo relacionado con la carpintería, forja y utensilios utilizados para la caza y pesca, actividades estas últimas que complementaban la dieta alimenticia.

La bodega era uno de los lugares fundamentales de la casa. Aquí está la saladera para salar los perniles del cerdo, la pila del aceite (producto que procedía del Somontano), los boticos y toneles de vino, diversas ollas para mantener la conserva del cerdo. Destaca la colección de piezas de cerámica donadas por la Cofradía de Santa Bárbara de Grasa. Tras salir de la bodega hallamos en el pasillo piezas utilizadas para el transporte: los picos para la losa, argaderas para cántaros, banastos para cerdos, un esturrazo y una buena colección de cerraduras de madera.

La última sala de la planta baja está dedicada a la agricultura: aladros, hoces, dallas, trillos y piezas complementarias para las caballerías, así como los utensilios del oficio de bastero y los utilizados en la matacía del cerdo.

En esta misma sala, al final, hay un precioso telar procedente de casa Mayor de San Julián de Basa, un telar que estuvo en uso en el propio museo hasta comienzos de los noventa.

Cuando accedemos a la primera planta entramos en el lugar más importante de casa Batanero, la cocina-hogar. Una enorme chimenea cobija el hogar rodeado por cadieras y con las piezas propias del mismo: calderizo, ollas, sesos, estrébedes, espedo… ; en el resto de la cocina se sitúan la mesa, una cantarera, el cucharero,… y en la fregadera anexa toda una colección de piezas de barro de uso doméstico (pucheros, pichelas, orzas, etc.), procedentes casi todas de los alfares de Naval y Bandaliés.

En esta parte de la casa pasaban muchas horas sus moradores, pues no sólo se reunían para realizar las comidas sino que en torno al fuego del hogar, sobre todo en invierno, se charlaba largamente. Ha sido el marco que ha servido para ir transmitiendo la vieja cultura tradicional, de generación en generación.

En el recibidor de esta planta se expone un reloj de pared, de los que se traían del sur de Francia, un arca de Artosilla, fechada en 1866 y de bella factura, y una silla de novia con su correspondiente compairón (pieza de lana y ricamente decorada; uno de sus dibujos es el logotipo del museo). En la misma sala puede contemplarse una serie de fotografías antiguas de la comarca tomadas a comienzos del siglo XX por Fritz Krüguer, Ricardo Compairé y Ramón Violant i Simorra.

A continuación se pasa a un dormitorio con su correspondiente alcoba. En la estancia se aprecia todo el sabor de las viejas habitaciones donde no falta el armario con las típicas mantas y colchas de Biescas, los trajes propios de la comarca y piezas complementarias diversas.

La sala contigua está dedicada al mundo de los pastores, al que nos podemos trasladar sin grandes dificultades debido a la claridad con la que se expone todo el ciclo pastoril. La trashumancia, el esquileo, el marcaje del ganado, la elaboración del queso, una variada gama de esquillas (procedentes mayormente de Nay, localidad del sur de Francia), piezas elaboradas con boj,… nos dan una visión muy completa de esta actividad tan importante en la vieja sociedad tradicional serrablesa. Todo ello acompañado de esclarecedores gráficos y fotografías.

Siguiendo el recorrido por esta primera planta entramos ahora a una sala dedicada a la medicina popular y desde la que, a través de una ventana, puede observarse el interior del lagar que se comunica con la bodega.
Por fin, llegamos a una gran sala en la que nos encontramos todo lo relacionado con el mundo del tejido: cáñamo, lino y lana.

Todos los procesos de extracción y elaboración textil están perfectamente expuestos por medio de paneles explicativos y una gama variada de piezas: cascaderas, esforachas, devanaderas, demorés, ruecas, fusos,… No faltan, expuestos en vitrinas, los diferentes tejidos que se obtenían tras el duro trabajo de las mujeres o en su caso también por bataneros y tejedores.

En una salita adjunta se dedica un espacio a la infancia: andadores, juguetes, etc.
Tras acceder a la segunda planta, lo primero que observamos es el espacio reservado al dance de Yebra de Basa, de gran relevancia en la comarca y que se pone de manifiesto cada 25 de junio en la romería de santa Orosia.

Siguiendo con el folklore pasamos a una sala dedicada a la música tradicional pirenaica, sala que se le ha dado el nombre de Julio Caro Baroja, montada con todo detalle y que no deja indiferente a los amantes de la música.

Es en esta planta donde se reserva una gran sala al escultor Ángel Orensanz. Sus obras originales aquí se reducen a sus típicos tubos de hierro horadados, varios “guaches” y una pequeña colección de barros. Lo demás son paneles fotográficos en los que se recoge su obra de exterior en diferentes ciudades. Cada dos años, el Museo está obligado a convocar el Premio de Escultura Ángel Orensanz “Ciudad de Sabiñánigo”; casi todas las obras premiadas están expuestas en esta sala.

No podemos dejar atrás esta planta sin antes visitar el “cuarto de Pedrón”, quizá el rincón más entrañable del Museo. Aprovechando un espacio que queda entre la chimenea y el tejado se ha refugiado aquí Pedrón, el diablo del Museo de Serrablo, un personaje de ficción que en los años de mala cosecha incordiaba a las sufridas gentes de Sobrepuerto y que Enrique Satué ha recreado transformándolo en una persona que representa el ideario del museo.

Pedrón es muy querido por todos, especialmente por los niños y los más necesitados.

A través de un pasadizo, a la altura de la segunda planta, se accede a la zona que se amplió en 1998.

Lo primero que contemplamos es una sala dedicada al dibujo etnológico de Julio Gavín, fundador del Museo, y una colección de fotografías de las iglesias mozárabes de la comarca realizadas por Javier Ara. Un telar del siglo XVII y el espacio dedicado al ciclo de la vida completan esta planta. Por unas escaleras de madera descendemos al primer piso. La sala de religiosidad popular está dedicada a Antonio Beltrán, estrechamente relacionado con el Museo y su Director.

Por medio de cuadros, gráficos, fotografías y piezas diversas se exponen al visitante las diferentes manifestaciones religiosas de Serrablo, especialmente sus romerías (Santa Orosia, San Úrbez, Santa Elena,…). En esta planta se halla la biblioteca etnológica que lleva el nombre de Rafael Andolz, así como una sala de audiovisuales. La planta baja acoge una muestra representativa de la arquitectura popular serrablesa, que antes de esta ampliación del museo estuvo expuesta en el Museo de dibujo Julio Gavín-Castillo de Larrés.

Todos los utensilios propios de piqueros y carpinteros se exponen aquí junto con una gama variada de puertas, ventanas, dinteles (uno precioso de Otal), tabiques, etc., que nos dan una clara idea de esta arquitectura de la que quedan ya muy pocas edificaciones vivas tras la despoblación y ruina de muchos de nuestros pueblos y el acoso que se sufre en los que todavía quedan habitados por los nuevos modelos al uso. Varias fotografías de Javier Ara completan la visión de nuestra arquitectura popular.

Para concluir la visita a este Museo hay dedicado un espacio a los pueblos deshabitados. Se centra en Ainielle, población de Sobrepuerto que se ha dado a conocer para muchos debido a la novela de Julio Llamazares La lluvia amarilla, y que Enrique Satué, originario por parte materna del pueblo, recientemente ha situado en la verdadera dimensión con su libro Ainielle, la memoria amarilla.

Hoy Ainielle es un montón de ruinas pero nos ha quedado su memoria, que simboliza la del resto de pueblos deshabitados de la comarca y que se hace patente en el Museo donde se ha salvaguardado su cultura popular. Por lo demás, este entrañable rincón siempre recordará a nuestros pueblos.

El Museo Ángel Orensanz y Artes de Serrablo, lejos de ser una entidad anquilosada ofrece un dinamismo que demuestra que las cosas funcionan. Su Directora, Begoña Subias, y algunos voluntarios hacen posible ese funcionamiento. El Museo tiene un ideario propio, encarnado en la figura de Pedrón, en el que lo local no está reñido con lo universal y la solidaridad es su eje central, todo ello pensando fundamentalmente en los niños.

Pedrón, el diablo del museo de Serrablo

En 1993 se creó una colección de libros, “A lazena de yaya”, de la que se llevan publicados ya veintiuno. Se editan en colaboración con el Ayuntamiento de Sabiñánigo y el Instituto de Estudios Altoaragoneses y tratan temas diversos relacionados con la comarca y cuyos autores están vinculados con el propio museo. Cuando se llevó a cabo la ampliación del Museo se abrió una biblioteca etnológica con el nombre de Rafael Andolz, etnólogo de reconocido prestigio y que donó al museo su biblioteca particular, que constituye lugar de ineludible cita para los estudiosos de estos temas.

Desde el año 1991, en los viernes del mes de diciembre, se realizan las Beiladas. Es esta una cita anual en la que se tratan asuntos varios (históricos, geográficos, artísticos, medioambientales, toponimia, brujería, problemas en el Tercer Mundo,…) en torno al hogar al igual que hacían nuestros antepasados en las largas noches invernales.

Es está una actividad que cuenta con un público fiel y que tiene una gran aceptación porque conjuga la seriedad y rigor de los temas tratados con la participación espontánea de los asistentes en el coloquio posterior a la charla y la degustación de torta y vino.

 

Otra actividad fija, esta de carácter bianual, es el Premio Internacional de escultura Ángel Orensanz que se viene realizando desde la misma creación del museo. Las maquetas de las obras premiadas están expuestas por las diferentes salas del museo y los originales se pueden recorrer en la Ruta 6: Sabiñánigo: arte y museos

También se conmemora el Día Internacional de los Museos en el mes de mayo, se organizan exposiciones, se participa en congresos o jornadas, se realizan talleres didácticos,… en suma, se mantiene el pulso vital de un museo que no quiere fosilizarse.

Prueba de que el Museo no se queda sólo en lo local sino que también piensa en lo global lo demuestra el ser socio de la UNICEF colaborando económicamente con los beneficios de algunas de sus publicaciones. Ejemplos: la ayuda a la infancia del pueblo saharaui a través del MPDL o a la Casa de los Niños “Juan Bonal” de El Alto-La Paz de Bolivia.

La restauración y musealización de Casa Batanero

Documentada desde finales del XVII, es representativa de la arquitectura popular serrablesa: planta baja, dos pisos y una gran falsa o desván, con patio exterior y corral al que se accede por una portalada de medio punto y un huerto exterior. El nombre de hace referencia al oficio de sus dueños, el de bataneros.

La casa la compró Ángel Orensanz pero su restauración y adecuación para museo corrió a cargo de “Amigos de Serrablo” con un costo muy superior.

Las obras de restauración se llevaron a cabo entre el otoño de 1977 y el de 1978. Fue una restauración respetuosa con la arquitectura tradicional, rehaciéndose todas las cubiertas con la típica losa y manteniendo todos los elementos propios de la casa: chimenea, balconadas, ventanas, cocina-hogar, horno de pan, bodega,… Sólo se suprimieron algunos tabiques en el interior para adecuar el espacio a las necesidades museísticas.

Paralelamente se estaba produciendo la recogida del material que iba a estar en el futuro museo y se comenzaban a realizar unas encuestas antropológicas exhaustivas, tarea esta última en la que puso muchísimo tesón Javier Arnal. Todo este trabajo, dirigido y alentado por Julio Gavín, se había iniciado ya en el verano de 1975. Como hecho simbólico puede señalarse que la primera pieza, un demoré, fue recogida en el pueblo de Azpe, en una expedición compuesta por varios miembros de la Junta Directiva de Amigos de Serrablo acompañados por un antiguo habitante de la zona.

La recogida de material fue sistemática, se pretendía salvar todo lo que se pudiese de entre las ruinas con la dificultad añadida de tener que recorrer caminos y senderos en malas condiciones. Eso sí, siempre con el máximo respeto hacia la propiedad privada pues jamás se violentó una puerta cerrada; más bien, al contrario, se corrieron serios peligros de accidente al acceder a casas en estado ruinoso (ejemplos no faltan: rescatar un espantabrujas en lo alto de la chimenea de Casa Ferrer de Escartín, sacar un arcón en Used apuntalando parte del tejado que se estaba hundiendo, hacer equilibrio en el alero de una borda en Abenilla para salvar un bonito ventanal de madera o rescatar un calderizo en un hogar de Fablo).

A la vez que se recogían estos materiales, no fueron pocas las personas que se animaron a donar piezas que ellos conservaban (Casa Inazio de Sabiñánigo, Casa Lasaosa de El Puente, Mariano Lacasta de Larrés, Eleuterio Pardo de Escuer, Casa Juan Domingo de Cerésola, Casa Castro de Cartirana, etc, etc.). En algunos momentos hubo que recurrir a la compra de alguna pieza concreta a los anticuarios o se tuvo la suerte de contar con la colaboración de viejos artesanos.

Si nos atenemos a los lugares de procedencia de las piezas, debe resaltarse que la mayor parte son de la Guarguera y después del valle del Gállego y Sobrepuerto, siendo los años 1977 y 1978 en los que la recogida fue más intensa. Durante año y medio hubo que proceder a la limpieza, clasificación y montaje del material a exponer. Este trabajo fue llevado a cabo en sus ratos libres por un grupo de asociados con total entrega.

Por otra parte, no sería justo silenciar la ayuda prestada en varias ocasiones por el propio Ayuntamiento de Sabiñánigo y en especial por sus jardineros, Nazario y Luciano, que llevaron a cabo las tareas más “gruesas”. Mediada la década de los noventa se produjo otro momento de recogida de materiales, y adecuación de otros ya almacenados en su tiempo, con motivo de la ampliación del museo; esta labor se llevó a efecto por algunos de los colaboradores “de siempre” y por un grupo de jóvenes entusiastas incorporados años atrás al Museo.